Una irrupción violenta en su casa. Un secuestro. Un Falcon verde. Un cuerpo masacrado con saña: cincuenta impactos de bala. Arrojado para ser encontrado. Una firma: la organización que se lo adjudicó poco después. Una advertencia. Un intento de disciplinamiento.

Era 27 de septiembre. Era 1974. El mediodía acaba de correrse para dar lugar a ese espacio temporal que en muchas provincias del país tiene nombre propio y sacro: la siesta. En Buenos Aires quizás solo haya sido el comienzo de una tarde de primavera recién estrenada. En otras versiones del episodio era la noche. Lo cierto es que Silvio Frondizi —67 años— descansaba en su casa de la calle Cangallo —ahora, las trampas de la historia, Presidente Perón—. Su esposa y su nieto de seis meses, con él. La pareja no imaginaba que avanzab

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