Por: Karla Zárate 27/09/2025 01:00:00

PARÍS ME RECIBIÓ con un viento fresco y agradable que se fue enfriando con los días. Me alojé en el número 24 de la Rue des Boulangers, en el último piso, un espacio acogedor, lleno de libros, un piano viejo y varios ventanales. Desde ahí la ciudad se extendía, por un lado, el Sena y Notre-Dame, por el otro, techos y balcones iluminados con la luz ambarina del verano. Era una fiesta. Lo primero que desempaqué fue la bolsita con mis amuletos de la suerte. No es superstición ni pensamiento mágico, estos objetos con los que he viajado a lo largo de los años me blindan de los ruidos, tapan las rendijas por donde se cuela la ansiedad, me dan voz cuando no encuentro palabras o si la garganta se vuelve un nudo. Respiran por mí cuando la angustia me aho

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