
Pocos animales son tan universales como el conejo. Para unos, representa la ternura; para otros, la fertilidad o la astucia. Y, sin embargo, cada primavera, este pequeño lagomorfo se convierte en protagonista global. Con el Día Mundial de los Conejos —que se celebra cada 26 de septiembre— muchos se preguntan por qué el mismo animal que corre libre por el campo es también el símbolo de la Pascua cristiana. La respuesta, como suele ocurrir en la historia, está en la mezcla entre religión, mitología y cultura popular.
De las diosas paganas a los huevos de chocolate
Antes de asociarse con el cristianismo, el conejo ya era una figura sagrada en la Europa precristiana. Según el monje inglés Beda el Venerable , los pueblos anglosajones celebraban en abril un festival dedicado a la diosa Ēostre , divinidad de la fertilidad y la primavera, a la que acompañaba —cómo no— un conejo. De su nombre, Ēostre, derivaría “Easter”, el término inglés para Pascua.
Los conejos, con su asombrosa capacidad reproductiva, simbolizaban el renacer de la naturaleza tras el invierno. Al cristianizarse Europa, las antiguas fiestas paganas se adaptaron a la liturgia de la Resurrección de Cristo , y el conejo pasó a representar la vida nueva y la esperanza .
Con el tiempo, la tradición se extendió y se mezcló con costumbres germánicas. En Alemania surgió el Osterhase , un conejo que dejaba huevos de colores a los niños durante la Pascua. Los colonos alemanes llevaron esta costumbre a América del Norte en el siglo XVIII, y desde entonces el Conejo de Pascua se convirtió en un símbolo mundial.
Un mito más antiguo que el cristianismo
Pero la historia del conejo como símbolo de renacimiento es mucho más antigua que la de Ēostre. En Oriente, siglos antes del cristianismo, las liebres lunares eran figuras divinas. En la tradición china, el conejo que vive en la Luna prepara el elixir de la inmortalidad, mientras que en la mitología budista la “liebre del desinterés” se sacrifica en una hoguera para alimentar a un sabio hambriento, siendo recompensada al ser inmortalizada en el cielo.
También los aztecas rendían culto a estos animales: el Centzon Tōtōchtin , un grupo de 400 conejos divinos, representaba la fertilidad, la abundancia y el placer. Incluso en el arte europeo medieval, los conejos podían simbolizar cosas muy distintas: castidad y pureza en cuadros religiosos —como “La Virgen del Conejo”, de Tiziano— o deseo y lujuria en alegorías como la “Luxuria” de Pisanello.
Conejos, arte y superstición
En la Edad Media, las liebres también se colaban en las leyendas populares. En el folclore británico, las brujas podían transformarse en conejos , y su aparición en primavera era vista tanto como augurio de buena suerte como de mal presagio.
En la iconografía cristiana posterior, el conejo blanco pasó a representar la pureza y la resurrección, mientras que el negro simbolizaba el pecado y la tentación. Con el tiempo, ambos se reconciliaron en el imaginario colectivo: hoy el conejo es una figura neutra, festiva, amable, que reparte huevos de chocolate en vez de predicciones místicas.
El Conejo de Pascua es, en realidad, el resultado de siglos de evolución cultural. Nació como símbolo de fertilidad y renovación en los antiguos ritos de primavera, fue adoptado por el cristianismo como metáfora de la vida nueva y acabó convertido en un personaje universal. En el Día Mundial de los Conejos , más allá de su imagen adorable, este animal recuerda una idea que atraviesa todas las culturas: la capacidad de renacer, multiplicarse y adaptarse . Porque, en el fondo, el conejo no solo simboliza la Pascua: simboliza la propia vida.