En el sitio al que fui de vacaciones, a apenas cinco horas y media de casa, no vi una camiseta de Osasuna , ni de la Real, ni del Athletic, ni de Madrid, ni de Barcelona, ni de ninguno, ni siquiera del lugar en el que me encontraba. No sé qué pasaba, si había fuerzas extraterrestres que robaban de noche las casacas de las maletas de los turistas o qué, pero el tema es que me sentí como en los 80 o los primeros 90, antes de que llegara –especialmente en los 2000 y desde hace una década de manera casi invasiva– esto de ir con la camiseta de tu equipo de fútbol vayas donde vayas. No es que tenga yo nada contra el fútbol –tampoco vi camisetas de la NBA o de rugby. ¿A ver si fui a una comuna gigante o una secta y no enteré?–, pero sí que me resultó un total alivio para la vista intuir que p

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