En estos días, un encuentro inesperado me conmovió profundamente. Una voz suave, unas manos gastadas por el tiempo y la intemperie, y la mirada transparente de una mujer de 90 años en situación de calle me interpelaron de una manera que no esperaba. Su nombre es María, y fue ella quien me llevó a escribir estas líneas, con un único propósito: reflexionar sobre la forma en que miramos –o dejamos de mirar– a quienes viven en la calle.
Pasamos frente a estas personas con prisa, como si fueran parte del paisaje urbano. Pensamos que esperan dinero, que hay redes que los explotan, o que llegaron ahí por sus propios errores. Nos consolamos con dar una moneda, con culpar al Estado, o con convencernos de que “no hay nada que podamos hacer”. Sin embargo, detenerse a escuchar, aunque sea un instante