El domingo empezó la primavera aunque, en Buenos Aires, parecía más bien un día de otoño. Había estado lloviendo, el mediodía gris, el tiempo amenazando volver a descomponerse. Siempre me gustó llamar “tiempo” al clima, y esos dos verbos ¿reflexivos o reflejos? que le adosamos: descomponerse y armarse. A su capricho. Las calles estaban vacías. Tomé un taxi y el tema fue el día feo. El taxista me contó que antes había llevado a un tipo que estaba contento con el clima: así los jóvenes no van a ensuciar los bosques de Palermo, el lago que en estas fechas queda todo sucio de botellas y bolsas. Qué tipo amargo, coincidimos. Le dije que no vivía acá cuando era joven así que no tenía idea de cómo se festejaba la primavera. Allá en mi pueblo íbamos de picnic al museo. La casa del fundador, en las

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