Hubo una época en mi vida, cuando tenía aproximadamente 50 años, que no fue la más feliz de mi existencia: por entonces, la soledad, la pérdida de mi trabajo y otras miserias del fin de la madurez me sumieron en un estado bastante calamitoso.
Sí, de calamidad o peste, de carencias afectivas y de salud en que uno cae cuando estamos deprimidos.
Fue un período de arrastre de años, de circunstancias inesperadas, de cosas con que la vida castiga a veces decisiones erróneas, en que nuestro karma decide ponerse al día… o darnos una segunda oportunidad…
A mitad de ese camino hacia lo que ignoramos si será renacer o morir en el intento, muchas veces nos gana la desesperación o, peor aún, el desgano, que no nos permite buscar salidas acertadas, hasta que, con el paso del tiempo, cuando podemos ap