El 16 de octubre de 2014, cuando el ARSAT-1 despegó rumbo al espacio, la ingeniera electrónica Ana Caumo levantó su pulgar frente a cámara. Era un gesto breve, pero cargado de historia: detrás de ese satélite de tres toneladas construido en Bariloche había años de trabajo, formación pública y talento argentino. Su lanzamiento convirtió al país en uno de los ocho en todo el mundo capaces de diseñar, fabricar y operar satélites geoestacionarios.
ARSAT-1 no fue el primer satélite nacional , la serie SAC ya había abierto camino en los ’90, pero sí el primero geoestacionario, clave para garantizar conectividad en todo el territorio. Orbitando a 36.000 km de la Tierra y “anclado” sobre el mismo punto del mapa, funciona como una antena gigante que asegura servicios de Internet, t