Cuando el primer rayo de sol se asoma sobre el Valle de Aburrá, Medellín empieza a despertar con un aire diferente. Las escobas ya han hecho su recorrido, el murmullo de las hidrolavadoras ha borrado el polvo de las calles y el aroma fresco de la mañana se mezcla con el de una ciudad que vuelve a sentirse orgullosa de sí misma.
Las entidades encargadas del ornato y la limpieza están trabajando sin descanso. En cada rincón se ve el esfuerzo de quienes, con dedicación y esmero, devuelven a Medellín ese brillo que alguna vez la hizo merecedora del nombre de “La Tacita de Plata”. Es un trabajo silencioso, casi invisible, pero que transforma la rutina del transeúnte: ahora, al madrugar, puede notar cómo cada espacio luce más limpio, más ordenado, más digno de ser llamado hogar.
El centro, cor