La política performativa ofrece líderes cada vez más hábiles en multiplicar disfraces y en calibrar gestos. Pero un país no se conduce desde una red social ni con coreografías improvisadas

Luigi Pirandello nos enseñó que todos llevamos una máscara. La forma , decía, es lo que nos hace reconocibles ante los demás. La vida , en cambio, es lo contradictorio que nunca termina de encajar. La máscara es útil para poder habitar el mundo, pero también puede aprisionarnos.

Conviene recordar esta diferencia, ya que estos últimos meses han puesto de manifiesto hasta qué punto la política electoral chilena se parece cada vez más a una sucesión estéril de imágenes pirandellianas. La forma –el gesto fácil, el eslogan grandilocuente, el guiño a cámara– se ha convertido en un fin en sí mismo, mient

See Full Page