Cuando Zico aterrizó en Japón a comienzos de los 90, la idea parecía descabellada. ¿Qué hacía un mito brasileño, casi en el final de su carrera, en un país donde el fútbol apenas tenía un lugar marginal? Japón era tierra de béisbol, de sumo y de artes marciales, pero el balompié era un deporte secundario, sin identidad clara ni tradición popular. La llegada del “Pelé blanco” cambió esa historia para siempre.

Zico había sido una leyenda con el Flamengo y con la selección de Brasil. Su apodo, heredado de su parecido futbolístico con Pelé, lo había convertido en ídolo nacional. En los 80 brilló en Copas Libertadores, Mundiales y en el fútbol europeo con la Udinese de Italia. Pero a finales de la década, con 38 años, muchos pensaron que su mejor etapa ya estaba cerrada. Fue entonces cuando re

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