Aunque ya lleva entre nosotros un tiempo de forma generalizada, dos o tres años, no mucho más, todavía tenemos una relación de miedo-fascinación con la inteligencia artificial (IA). Por un lado, nos atrae su inmenso potencial en todos los campos, su capacidad para manejar ingentes cantidades de información y extraer soluciones y respuestas, pero por otro no nos fiamos de qué sabe de cada uno de nosotros ni, y más importante, quién accede a esa información y para qué la quiere.
Además, la creencia general es que cualquier interacción que ejecutemos en internet , desde una búsqueda en Google como pagar la factura de la luz pasando por las conversaciones en WhatsApp o redes sociales , sirva para dar de comer a ese ente que genéricamente llamamos IA .
Un hombre abre la apli