Una de las grandes victorias retóricas del progresismo global es haber convertido el aborto libre y gratuito en un dogma de fe, fuera del cual es imposible ser considerado como una persona civilizada. Sin embargo, y pese al estigma que supone declararse pro-vida en la sociedad actual, son millones de personas las que no tragan con que una medida claramente eugenésica sea considerada como una de las cumbres de la emancipación de la mujer. Soy consciente de lo complejo que es el asunto, de la enorme casuística que existe y de que en estas cuestiones no valen los argumentos simples. Pero son precisamente los abortistas los que han optado por una simplicidad de panzer en la que no hay matices. Solo un “derecho” –le llaman así– que se impone sobre cualquier otra consideración y, por supuesto, s
La ola abortista

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