Si se observa el mundo actual, descubrimos que se multiplican los augures de desdichas sin cuento, pronosticadores fulleros que nos anuncian un futuro desastroso. Este pesimismo interesado, que también, cómo no, aparece entre los conservadores, alcanza cotas sorprendentes entre los progresistas, instalados permanentemente en la prédica de nuestro inevitable retroceso. Para ellos, la pobreza siempre crece, la desigualdad se acentúa y el planeta camina hacia su inminente destrucción.
Me produce asombro que en una comunidad que ha logrado un bienestar palpable, con avances como el aumento de la esperanza de vida, la reducción global del hambre o la generalización de la educación, aumente un catastrofismo exagerado que encuentra amenazas en todo y engrosa la cadena del miedo colectivo.
Algui