El otro día paseaba a mi perro en el parque y había una pareja tirada sobre el pasto que leía. Es decir, no es que cada uno leía su libro, sino que los dos leían el mismo. Estaban boca abajo sobre una lona y leían, y para cambiar de página, ella le daba a él una cachetada en la cabeza o en la pierna. A lo mejor soy un viejo avinagrado, pero yo podría matar por mucho menos. La lectura es sagrada y solitaria, carajo.
Esa idea de la lectura en solitario, como los viajes que circunvolucionan el mundo y las masturbaciones, se contrapone a otra, bastante en boga, de los clubes de lectura. Existieron siempre, tal vez con otro nombre, pero tuvieron su punto más alto de proliferación durante la pandemia, favorecidos por el interés general por cualquier cosa entretenida que se pudiera hacer dentro