La chaqueta negra con las siglas de ICE era la coartada perfecta. Oculta tras unas gafas de sol y una mascarilla, la mujer se acercó a la recepcionista del hotel en Panama City, Florida, con la seguridad que confiere la autoridad federal. Mostró una identificación que parecía oficial y le ordenó a la joven empleada, paralizada por el miedo, que la siguiera a un sedán plateado. No hubo preguntas. Pero no era una redada de inmigración; era un secuestro.

La supuesta agente, según la policía, no era más que una expareja que aprovechó el clima de deportaciones masivas para cometer un crimen y, presuntamente, asesinarla.

Este incidente no es un caso aislado. Es el síntoma más violento de una epidemia que se extiende por Estados Unidos bajo el segundo mandato de Donald Trump. Una revisión de de

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