Denise Dresser (*)
Claudia Sheinbaum está de plácemes. Es una mandataria aclamada, recibida con aplausos tras su gira de “rendición de cuentas” por todo el país. Ha sido bautizada como la que le susurra al oído a Trump, su popularidad ronda niveles envidiables, y multitudes de mujeres la aplauden por los símbolos feministas del Grito.
Habla de soberanía, de justicia social, de la continuidad de la Cuarta Transformación. Su discurso suena a promesa cumplida, a historia de éxito. Pero detrás del relato triunfalista se oculta una realidad más compleja, más cuestionable.
Porque sí, Sheinbaum se ha mostrado más competente, más disciplinada, menos rijosa que su antecesor. Ha procurado algunos deslindes significativos: una estrategia de seguridad más técnica, la renovación de la colaboración e