Los humanos somos algo paradójicos en ocasiones especiales. Escribimos o pregonamos virtudes y nos deshacemos en elogios y halagos para que sean leídos o escuchados por todo el mundo menos por el destinatario de dolidas necrológicas. Seguro que a Guillermo le hubiera encantado haber encontrado durante su enfermedad la ristra de comentarios de los que ya no puede disfrutar.
Mi madre siempre profetizó que debería dedicarme a algo que no exigiera destreza con las manos. Y llevaba razón. Un fin de semana, en Santo Domingo de Olivenza, intenté apretar un tornillito de la patilla de mis gafas de miope con una navaja. Hice fuerza y la navaja se cerró. Se llevó parte de la yema de mi dedo índice. Sangraba bastante. Salí para ir a Olivenza a comprar algo que detuviera la pequeña hemorragia. Me enc