La Organización de Estados Americanos (OEA) enfrenta hoy su crisis existencial más profunda desde su fundación en 1948. El programa-Presupuesto 2026 presentado por el secretario general desnuda con honestidad inusual una realidad inquietante: la OEA ha perdido el rumbo y, con ello, la confianza de quienes debería servir. En un documento reciente se reconoce con mucha candidez y realismo el escepticismo generalizado sobre su relevancia y efectividad, un reconocimiento que por sí mismo constituye una señal de alarma imposible de ignorar. Cuando una institución multilateral debe justificar públicamente su razón de ser, significa que la percepción de irrelevancia se ha convertido en un consenso peligroso.

El problema de fondo no es meramente financiero, aunque los números sean alarmantes. Con

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