En una vivienda resguardada por rejas y rodeada de un mar de cachivaches que parecen guardar secretos y recuerdos, se encuentra Elio Romero, un hombre recio de 89 años. Su cuerpo, cubierto de canas que narran una extensa y rica historia, se sienta con firmeza en una cama individual, en medio de ese pequeño universo que es su hogar.

A su lado, un viejo televisor sintonizado en Venezolana de Televisión intenta contar historias que apenas se ven y se escuchan, mientras un ventilador FM gira lentamente, enviando una brisa tenue que refresca el ambiente cargado. A un lado, una vieja camioneta Ford Bronco de dos tonos descansa aparcada, completando el cuadro sencillo pero lleno de vida del porche de la casa.

Solo vestido con un pantalón largo azul, Elio rompe el silencio con una frase sencilla

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