
Este artículo forma parte de la sección The Conversation Júnior, en la que especialistas de las principales universidades y centros de investigación contestan a las dudas de jóvenes curiosos de entre 12 y 16 años. Podéis enviar vuestras preguntas a tcesjunior@theconversation.com
Pregunta formulada por María Elena, de 16 años. IES V Centenario (Sevilla)
No es un fallo de la app o del aparato: se trata de dos cosas distintas. Entender esa diferencia te ayuda a planificar mejor tu actividad, escoger la ropa que debes ponerte e hidratarte adecuadamente. Veamos qué mide cada indicador.
Lo que mide el termómetro y lo que percibe la piel
En primer lugar, un termómetro meteorológico registra la temperatura del aire en condiciones controladas: a la sombra, con ventilación y a una altura estándar. Es una referencia física estable y comparable entre lugares y días. En cambio, la sensación térmica, o temperatura aparente, es una estimación de lo que percibe el cuerpo.
El objetivo práctico de la segunda es claro: traducir condiciones meteorológicas en confort o estrés térmico. No sustituye al termómetro, sino que lo contextualiza desde la fisiología humana.
Para calcular esa sensación se combinan diversas variables que alteran nuestro intercambio de calor con el ambiente: la temperatura, la humedad, el viento y la radiación solar. Por eso, dos días con la misma temperatura pueden sentirse distintos; si cambian esas condiciones, cambia lo que siente nuestra piel.
Nuestro aire acondicionado biológico
El sudor es nuestro aire acondicionado biológico: al evaporarse, extrae calor de la piel y nos enfría. Pero esa evaporación depende de cuánta humedad (es decir, cuánto vapor de agua) hay flotando en el aire. Con humedad alta, el aire está “cargado” de vapor y cuesta más que el sudor se convierta en gas.
El resultado es que notamos el sudor líquido en la piel –no lo evacuamos–, con la consecuencia de que nos enfriamos peor y sentimos más calor a igual temperatura. Por eso, en días pegajosos, de mucha humedad, hablamos de “bochorno”.
Con humedad baja, ocurre lo contrario: el sudor se evapora con facilidad, la piel pierde calor con más eficacia y la sensación puede ser más fresca. Ahora bien, en esos días, y aunque no lo notemos, estaremos sudando mucho. De ahí la importancia de reponer líquidos para evitar deshidratarnos.
El “efecto ventilador”
La sensación térmica también depende del movimiento del aire. El viento acelera el intercambio y la renovación de aire junto a la piel y favorece la evaporación del sudor porque llega continuamente nuevo aire seco. Como ese “efecto ventilador” hace que puedas sudar –y, con ello, refrigerarte–, notarás una sensación térmica más baja que la que correspondería a la temperatura del aire. Una brisa ligera ya se nota, pero con viento sostenido puede haber realmente mucha diferencia.
Por otro lado, el sol directo actúa al revés: añade radiación que el cuerpo absorbe como calor. Lo mismo pasa con superficies calientes como el asfalto, el metal o las fachadas soleadas: irradian energía hacia nosotros, sin que realmente la temperatura del aire que nos rodea cambie mucho. Estar a pleno sol o junto a un pavimento recalentado eleva la sensación térmica, y por eso en las ciudades dicha percepción suele incrementarse.
A consecuencia de ello, la suma de sombra y brisa normalmente reduce la sensación térmica, mientras que la conjunción de sol y superficies calientes suelen aumentarla. Ponerse a la sombra, o desviarse a una calle ventilada, suponen una diferencia significativa sin que el termómetro necesariamente se modifique. De noche, si hay poca humedad y algo de viento, esa diferencia en la sensación térmica se hace muy evidente.
Por qué importa saberlo
Algunas aplicaciones del tiempo suelen mostrar un índice de calor corporal. Por ejemplo, puedes calcular uno de estos índices en la web del Instituto de Salud Global de Barcelona de forma muy simple, combinando temperatura y humedad. Este parámetro nos puede resultar especialmente útil cuando el aire supera los 27–30 °C y tenemos que planificar actividades exigentes como deporte intenso o trabajos al sol.
En interiores también cambia lo que sentimos aunque el termómetro marque la misma temperatura. Un gimnasio cerrado, una cocina industrial o un taller con hornos pueden acumular radiación procedente de superficies calientes. Si además de esto la ventilación es pobre, la humedad sube y el sudor se evapora peor. Resultado: con 25 °C “oficiales” puedes notar más calor que en el exterior a la sombra.
Por eso, cuando realizamos una actividad intensa o prolongada, no basta con mirar la temperatura: hay que valorar el estrés térmico real. En el mundo laboral, el Instituto Nacional de Seguridad y Salud en el Trabajo usa otro indicador, el Wet Bulb Globe Temperature, que integra la temperatura del aire, la humedad, el efecto del sol o de superficies radiantes y la ventilación. Este cálculo se recomienda para evaluar condiciones tanto en interiores como en exteriores, y sirve decidir las pausas, el ritmo o qué equipos de protección llevar en los trabajos.
¿Y por qué importa todo esto? Importa porque de esa sensación térmica dependen nuestro confort y nuestra salud. Entenderlo ayuda a cuidarnos mejor, ya que planificar la actividad según el sol y la humedad, hidratarse bien y usar ropa transpirable marcan la diferencia. En olas de calor, por ejemplo, nos sirve de referencia para tomar decisiones prudentes.

El museo interactivo Parque de las Ciencias de Andalucía y su Unidad de Cultura Científica e Innovación colaboran en la sección The Conversation Júnior.
Este artículo fue publicado originalmente en The Conversation, un sitio de noticias sin fines de lucro dedicado a compartir ideas de expertos académicos.
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Natalia Limones no recibe salario, ni ejerce labores de consultoría, ni posee acciones, ni recibe financiación de ninguna compañía u organización que pueda obtener beneficio de este artículo, y ha declarado carecer de vínculos relevantes más allá del cargo académico citado.