
Mientras la ofensiva militar de Moscú continúa en el extremo oriental de Europa, las tensiones se disparan en el continente debido a las repetidas y descaradas violaciones del espacio aéreo europeo orquestadas deliberadamente por Rusia. La Unión Europea ha anunciado contramedidas, en forma de un “muro antidrones”, para combatir esta nueva amenaza.
Entre el 9 y el 10 de septiembre, se avistaron 19 drones entrando en el espacio aéreo polaco. Se activó inmediatamente una respuesta de defensa aérea liderada por la OTAN, con F-16 polacos y F-35 holandeses despegando en una misión de alerta de reacción rápida. Tres de los drones fueron derribados, mientras que al menos otros ocho se estrellaron en territorio polaco. Otro dron penetró hasta 260 km en Polonia, más allá de la capital, Varsovia, lo que obligó al cierre temporal de cuatro aeropuertos.
Un incidente aún más grave se produjo el 13 de septiembre, cuando tres cazas rusos MiG-31 violaron el espacio aéreo de Estonia durante más de 10 minutos. Los aviones volaron en paralelo a la frontera, penetrando menos de 10 km en territorio estonio antes de ser escoltados de vuelta por cazas de la OTAN.
Polonia y Estonia invocaron el artículo 4 del Tratado de Washington, un mecanismo de consulta colectiva que se activa cuando “la integridad territorial, la independencia política o la seguridad de cualquiera de las Partes se ve amenazada”. La OTAN respondió condenando “las acciones imprudentes de Rusia” y prometiendo reforzar la “postura de disuasión y defensa de la Alianza, incluso mediante una defensa aérea eficaz”.
Se han producido otras presuntas violaciones en Dinamarca (que acababa de anunciar la compra de “armas de precisión de largo alcance”), Finlandia, Francia, Alemania, Letonia, Noruega y Rumanía. El 3 de octubre, los avistamientos de drones provocaron el cierre del aeropuerto de Múnich durante unas horas y la cancelación de casi 20 vuelos.
¿Qué pretende Rusia?
A través de estas intrusiones, Rusia quiere poner a prueba la preparación de los mecanismos de defensa colectiva de la OTAN. Putin quiere saber hasta dónde está dispuesta a llegar Europa para defender a Ucrania ante la ambivalente política exterior de Estados Unidos. En otras palabras: ¿sigue siendo el artículo 5 de la OTAN un elemento disuasorio creíble contra los planes imperialistas del Kremlin?
La estrategia de Rusia ha tomado claramente esa dirección tras el fracaso de la Cumbre de Alaska entre Trump y Putin el 15 de agosto de 2025. La reunión no dio lugar a medidas concretas y, para empeorar las cosas, Trump reconoció abiertamente la imposibilidad de alcanzar un alto el fuego entre Rusia y Ucrania.
La política arriesgada de Putin –la práctica de llevar una negociación al borde del conflicto abierto para lograr el resultado deseado– debe interpretarse como una señal hostil. El Kremlin está diciendo que no quiere detener los combates (todavía), ya que percibe una ventaja en prolongar la guerra. Es más, están pisando el acelerador.
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Drones ficticios y la “zona gris”
El objetivo de esta escalada calculada se ve confirmado por el arma elegida por el Kremlin. La mayoría de los dispositivos derribados o recuperados han resultado ser drones kamikaze de fabricación rusa Geran-2 (Geranium-2), una versión simplificada y más barata del Shahed-136 iraní, ampliamente utilizado en Ucrania.
Estos drones se emplean principalmente como señuelos para saturar y distraer a las defensas aéreas, aunque también pueden realizar reconocimientos y ataques oportunistas con pequeñas cargas explosivas.

Las imprudentes acciones de Rusia también tienen un segundo objetivo en mente: evaluar la cohesión general de la opinión pública occidental, y de los europeos en particular. Las dimensiones informativas y psicológicas de la guerra son fundamentales en este tipo de operaciones y están profundamente arraigadas en el pensamiento estratégico de Rusia, especialmente en sus últimas iteraciones.
Esto incluye la difusión de información errónea a través de las redes sociales o el empoderamiento de partidos políticos antieuropeístas y prorrusos, pero ahora ha ido más allá: Rusia está operando deliberadamente en la “zona gris”. Se trata del espacio entre la guerra y la paz en el que se llevan a cabo acciones coercitivas no militares con el fin de alcanzar objetivos estratégicos por debajo del umbral de los conflictos armados convencionales.
Sin embargo, sus recientes provocaciones pueden correr el riesgo de escalar a una guerra abierta que, al menos oficialmente, nadie desea y que sería devastadora para todas las partes.
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¿Un frente unido?
Rusia está poniendo a prueba la determinación colectiva de Europa mediante un peligroso juego de “divide y vencerás” con las diferentes percepciones de amenaza del continente. Puede que esté funcionando. El canciller alemán Friedrich Merz ha afirmado que “Europa ya no está en paz con Rusia”, y la primera ministra danesa Mette Fredriksen ha argumentado que “Europa se encuentra en la situación más peligrosa desde la Segunda Guerra Mundial”, pero otros responsables políticos europeos parecen reacios a adoptar una postura tan firme.
Además, las protestas propalestinas generalizadas que estallaron a raíz de la interceptación por parte de Israel de la flotilla de ayuda a Gaza han puesto de relieve las persistentes diferencias en la percepción de la amenaza dentro de las sociedades europeas.
Estas divisiones no solo están determinadas por factores geográficos o físicos, sino también por alineamientos ideológicos: las posiciones pro-Palestina se asocian en gran medida con los sentimientos de izquierda, mientras que las actitudes pro-Ucrania se vinculan con opiniones centristas o de derecha. La debilidad de Europa, reforzada por las inconsistencias de la política exterior estadounidense, explica en gran medida la fortaleza de Rusia.
A pesar de estas diferencias, la reciente reunión de la Comunidad Política Europea (EPC) en Copenhague vio a los líderes europeos proyectar una imagen de unidad, cohesión y resiliencia al aprobar una nueva iniciativa emblemática denominada “muro antidrones”.
No se trataría de una barrera física, sino de una red por capas de sistemas de detección e interceptación. Se basaría en las capacidades antidrones existentes en cada uno de los países europeos.
A día de hoy, se sabe poco sobre cómo será realmente este “muro” y cuánto tiempo llevará ejecutarlo (el ministro de Defensa alemán, Boris Pistorius, dijo que podría ser cuestión de tres o cuatro años), y quién se encargará de su implementación: ¿la Comisión Europea o los Estados miembros?
La guerra está evolucionando
Lo que está totalmente claro es que los países de la UE y la OTAN tienen que adaptar sus sistemas de defensa aérea a un panorama estratégico cambiante. La amenaza que representa Rusia ya no proviene únicamente de dispositivos de movimiento rápido –aviones, misiles balísticos, de crucero o incluso hipersónicos–, sino también de la tecnología en rápida evolución de los drones no tripulados. Esta nueva amenaza debe contrarrestarse incorporando métodos de guerra electrónica más baratos, como el bloqueo, la suplantación o la interrupción de las señales electrónicas de las que dependen los drones.
La guerra en Ucrania ya ha demostrado que los drones son un elemento revolucionario en la estrategia militar del siglo XXI. Son baratos, pequeños (lo que significa que son difíciles de detectar con la tecnología existente), capaces de infligir daños importantes y, en general, capaces de suponer una amenaza desproporcionada. Los drones están haciendo que la seguridad internacional se enfrente a nuevos peligros y sea más inestable, ya que desplazan el equilibrio militar de la defensa hacia el ataque.
Por esta razón, la racionalización de los sistemas de defensa contra los drones es una necesidad estratégica para Europa. La respuesta de los Estados miembros de la UE y la OTAN debe ser decisiva, rápida y eficaz, ya que en este momento no se puede descartar una acción mucho más agresiva por parte de Rusia, como una invasión terrestre de los Estados bálticos.
Este artículo fue publicado originalmente en The Conversation, un sitio de noticias sin fines de lucro dedicado a compartir ideas de expertos académicos.
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Michele Testoni no recibe salario, ni ejerce labores de consultoría, ni posee acciones, ni recibe financiación de ninguna compañía u organización que pueda obtener beneficio de este artículo, y ha declarado carecer de vínculos relevantes más allá del cargo académico citado.