Esta inquietud me ha acompañado durante meses: ¿existe un lugar que se sienta como casa? ¿cómo debería sentirse ese lugar? Me he preguntado varias veces si esa sensación de hogar la dejé en Chile. Porque eso ocurre al migrar: definir y ubicar dónde está el hogar se vuelve complejo. Nuestros orígenes y raíces, quedan en otro continente y en otra zona horaria. Y ese sentido de pertenencia que sostenía nuestra identidad se queda lejos.

¿“Casa” es donde están nuestros ancestros, donde se habla nuestro idioma, donde viven nuestros afectos? ¿O es donde estamos ahora: tratando de armar una nueva rutina y nuevos vínculos?

La migración trae como compañera la ambigüedad. Un duelo difícil de resolver, porque lo que se perdió —tu cultura, los abrazos de tu familia, las risas con los amigos de la vid

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