La suspensión del contacto entre diplomáticos estadounidenses y el gobierno venezolano confirma una vez más lo que ya muchos intuíamos: Venezuela no es prioridad en la agenda de Donald Trump, sino un tablero secundario en su pseudo estrategia internacional. Lo que predomina no es un plan coherente de política exterior, sino una improvisación que responde más a sus obsesiones y rivalidades que a una visión de largo plazo.

El caso es claro. Mientras su secretario de Estado, Marco Rubio, ha sido el principal promotor de la llamada “máxima presión”, esa política de confrontación abierta a través de sanciones contra Caracas, su enviado especial Richard Grenell, apostaba por abrir canales diplomáticos, sea como válvula de escape o intento de negociación. Pero en el tablero errático de Trump, la

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