El mundo acaba de presenciar lo impensable: un acuerdo de paz entre Israel y el grupo terrorista Hamás. Y aunque es a Donald Trump a quien corresponde el mérito, Gustavo Petro apareció con su ya conocido afán de protagonismo, convencido de que todo gira a su alrededor. Ahora, según él, su “presión” condujo a ese resultado. En su relato maniqueo, el acuerdo no lo alcanzó Trump, sino él: el nuevo “mesías” de Palestina.

Petro no soporta que otro acapare los reflectores. No demora en decir que el Nobel de Paz debería ser para él y no para Trump. Lo suyo es ese vicio tan propio del populismo de robarse los logros ajenos y convertirlos en discurso personal. Esa necesidad de figurar, de pontificar, de atribuirse causas y victorias que no le pertenecen.

Mientras Trump concreta un paso histórico

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