Donald Trump llevaba meses exigiendo públicamente el Premio Nobel de la Paz. Decía merecerlo “más que nadie”, convencido de que su firma en un papel equivalía a una tregua universal.
Y, en una jugada que ni él podría haber imaginado, el Comité decidió darle la espalda: no premiaron al magnate ególatra y narcisista que pedía el trofeo, sino a una “figura” que simboliza cualquier cosa menos la paz.
El galardón terminó en manos de María Corina Machado, y con eso el Nobel dejó de ser un premio moral para convertirse en una parodia política. No ganó el que lo pidió con soberbia, sino quien lo recibió con falsa propaganda.
Otorgar el Nobel a quien ha defendido sanciones, pedido invasión y celebrado presiones extranjeras sobre su propio país no es un gesto de reconciliación, sino una declaraci