
El farmacéutico gazatí Mohammed Imad, refugiado en España y afincado en Valencia, vio las imágenes en bucle. “Vi el vídeo del bombardeo del edificio donde vivía mi familia. Cayó entero. Ellos habían estado allí 10 minutos antes y pudieron evacuar. Lo vi un montón de veces y, de repente, me di cuenta de que la pareja que corría con ese monstruo desplomándose a sus espaldas eran mi cuñado y mi hermana, que llevaba en sus brazos a mi sobrina de dos meses”. “No pude dormir en tres días, desesperado. ¿Cómo podemos vivir así la vida? ¿Qué más puede pasar?”, cuenta a elDiario.es
Desde junio, Imad vive en España pendiente de la respuesta a su solicitud de asilo. La depresión por el sufrimiento de su pueblo y la impotencia de no poder sacar a su familia de la Franja lo atenazan. Imad salió de Gaza en febrero de 2024 en dirección a Egipto, donde sufrió las complicadas condiciones que impone el Gobierno a los refugiados palestinos. Un breve paso por Omán le permitió conseguir el visado con el que ha viajado a España, donde le está resultando muy difícil empezar una nueva vida.
Imad tiene una familia numerosa: sus padres, tres hermanas, un hermano adolescente, el pequeño de dos meses y un sobrino de cuatro años que perdió a su padre en uno de los ataques del Ejército israelí. Él pudo salir de Gaza en febrero de 2024, cuando tenía 26 años, ayudado por amistades que le consiguieron los 6.000 euros necesarios ; cuando aún se podía.
El resto de la familia se quedó en la Franja con la esperanza de que “poco a poco” pudieran salvarse con la ayuda desde el exterior de Mohammed, que siempre había sido el sustento principal de los suyos. No ha sido posible hasta ahora. Las autoridades israelíes se hicieron con el control del paso fronterizo de Rafah con Egipto en mayo de 2024, cerrando de esa forma la única vía de escape para los gazatíes —solo aquellos que podían pagar ingentes sumas de dinero para conseguir un permiso pudieron cruzar la frontera antes de esa fecha.
¿Cómo podemos vivir así la vida? ¿Qué más puede pasar?
“Nos quedamos sin nada. Bombardearon nuestra casa al principio de este genocidio y allí quedó todo, sin posibilidad de recuperar nada. Nuestra hermosa casa se convirtió en un montón de escombros”, contaba a este periódico justo después de su salida a Egipto, donde vivió casi clandestinamente hasta que partió a Omán en marzo de 2025. En aquel país consiguió un visado de turista a España y el pasado mes de junio llegaba a Madrid, “por fin”. Explica que solicitó asilo en el aeropuerto y sus amigos en España lo estaban aguardando.
“Intento dar esperanza a mi familia”
En el año y cuatro meses que pasó en El Cairo no recibió ninguna ayuda del Gobierno de Abdelfattah Al Sisi, que desde el comienzo de la guerra en Gaza ha rechazado acoger a muchos refugiados gazatíes. Para el régimen militar egipcio es una cuestión de seguridad, pero también una postura política frente al traslado forzoso de la población de la Franja a los países vecinos —tal y como han sugerido más de una vez Israel y EEUU—. “Nosotros en Egipto somos perseguidos como migrantes ilegales, tenemos que permanecer medio escondidos y no tenemos la posibilidad de trabajar”, dice Mohamed.
Solo grupos muy reducidos de palestinos enfermos o heridos han podido cruzar Rafah rumbo a Egipto desde mayo de 2024, con el permiso de Israel para ser evacuados a otros países, como España.
“En Egipto hablaba a todas horas con mi familia, (que se encontraba a unos kilómetros, al otro lado de Rafah), como lo sigo haciendo ahora cuando hay comunicación, intentando darles esperanzas. Buscaba dinero para los gastos corrientes porque cada vez los precios son más altos”, relata. También intentó sacar a sus familiares de la Franja, sin conseguirlo.
Durante su estancia en Egipto, la depresión le quitó el apetito y el sueño. Comenzó a dar clases de árabe online , pero lo tuvo que dejar. “Mi situación psicológica no me dejaba hacer bien el trabajo”, explica. Además, está editando un libro sobre Palestina, con una primera edición en ciernes que en estos momentos está ampliando. De esta manera, y con la ayuda de las recaudaciones de fondos de sus amigos en el exterior, pudo pagar sus gastos corrientes.
Tras pasar por Madrid, Sevilla y Valencia, Imad espera ahora el momento de obtener el permiso de trabajo (los solicitantes de asilo no obtienen autorización para trabajar hasta transcurrir seis meses desde el registro de su solicitud), convalidar sus títulos académicos y encontrar un empleo en España. Pero siempre con la preocupación de ayudar a su familia, que apenas logra sobrevivir gracias a las donaciones que llegan desde distintas partes del mundo, mermadas por las comisiones que les imponen. “Prometí a mi padre que los sacaría de allí, [pero] casi dos años después no puedo hacer nada por ellos; aunque tuviera el dinero para todos no los dejan salir”, lamenta.
La esperanza de la Flotilla
Cuando se enteró de que la Global Sumud Flotilla partiría de Barcelona rumbo a Gaza, Mohammed se acercó a despedirla. Ver el apoyo de la gente y la valentía de las personas que se iban a embarcar era emocionante. Saludó y conversó con Ada Colau, con Greta Thunberg, con el organizador de La Flotilla Saif Abukeshek. Fueron dos días muy especiales para él y pudo dar un discurso desde el escenario en nombre de sus compatriotas.
“Estoy muy cansado, pero muy contento, muy satisfecho por comprobar que la población mundial no abandona a Palestina, no abandona a Gaza”, relató entonces. Por un día, durmió tranquilo.
La alegría duró poco. La semana pasada, la familia de Mohammed tuvo que volver a desplazarse. Su padre publicó un mensaje en redes sociales en el que aseguraba que la situación era crítica, que no tenían ningún sitio al que ir, tras tres días durmiendo al raso, sin techo que los resguardase de los bombardeos, los drones o los cuadricopteros.
“Ahora ya están en Nuseirat y han conseguido una tienda de campaña y un sitio donde instalarla”, cuenta. Para llegar allí tuvieron que encontrar un transporte en el que trasladar a la familia. Ya son 26 veces las que han tenido que huir de uno u otro emplazamiento, desde que tuvieron que salir literalmente corriendo de casa bajo las bombas en 2023. Trasladarse resulta prohibitivo, además. Cuesta alrededor de 500 euros solo por moverse unos kilómetros, debido a la falta de combustible. Las tiendas de campaña cuestan entre 800 y 1.000 euros.
“Han conseguido llegar a salvo”, celebra Mohammed, que insiste en que no respirará tranquilo hasta que logre reunirse con su familia. Con quien no se podrá volver a encontrar es con su novia, asesinada al inicio del genocidio junto a toda su familia, a la que ni siquiera se pudo enterrar. Sus cuerpos “se descompusieron en mitad de la calle, sin que nadie pudiera acceder a ellos”, censura. Tampoco podrá volver a abrazar a muchos de sus amigos. Sin embargo, el farmacéutico sigue mandándoles mensajes todas las noches. “Me consuela, aunque sé perfectamente que ya no están”.