La imputación de la fiscal general de Nueva York, Leitia James, días después de la del exdirector del FBI, James Comey, confirma cómo el presidente piensa usar todos los mecanismos institucionales para cobrarse su venganza

Por qué Trump va a por el exdirector del FBI: orígenes de una persecución que ha acabado en los tribunales

La imputación del exdirector del FBI, James Comey, a quien Donald Trump considera su némesis, ya levantó cejas en Washington y provocó nudos en el estómago de muchos de los rivales del presidente. Ahora, la imputación de este jueves de la fiscal general de Nueva York Letitia James, que lideró la acusación en la cual condenaron al clan Trump por fraude fiscal, ha sido la constatación de la rapidez con la que el magnate ha reconvertido el Departamento de Justicia en su propia máquina para ajustar cuentas.

La sed de venganza siempre había estado ahí. No solo como una venganza general contra un “Estado profundo” difuso que Trump usaba para arengar a sus seguidores y presentarse como un candidato antiestablishment, sino también como una venganza personal con nombres y apellidos. El presidente se pasó toda la campaña electoral pidiendo prisión para su exrival electoral, la demócrata Hillary Clinton, o el ahora expresidente Joe Biden y toda su familia. Todo el mundo era consciente de que existía una lista negra y que cuando Trump se sentara en el Despacho Oval, empezaría a tachar nombres. El de Comey y James son los primeros.

La acusación contra James llega menos de un mes después de que Trump instara públicamente al Departamento de Justicia a perseguir a la fiscal general, a quien se acusa de violar un contrato hipotecario por una casa en Virginia que compró en 2020 al usarla como propiedad para alquilar. Tan solo cinco días antes de que se presentaran los cargos contra James, el magnate la llamó “corrupta” y “escoria” en Truth Social y dijo que debería ser destituida de la oficina de la fiscal general de Nueva York.

La imputación cuenta con un cargo por fraude bancario y otro por declaraciones falsas a instituciones financieras. Debido a esto, la acusación subraya cómo James recibió condiciones favorables que le habrían permitido ahorrarse unos 18.933 dólares en la realización del préstamo bancario.

No hace falta resaltar cómo de inusual resulta que se haya abierto un caso federal para una suma tan pequeña de dinero, incluso si existiera la mínima sospecha por posible tráfico de influencias. Los cargos contra James son el último recordatorio de cómo Trump ha logrado purgar al completo el Departamento de Justicia, despidiendo a todos aquellos funcionarios con una larga carrera judicial para colocar a lealistas dentro de la institución dispuestos a cumplir a rajatabla sus deseos. Ni Richard Nixon se atrevió a tanto en medio del escándalo del Watergate.

Antes de la imputación de cargos contra Comey y James, Trump ya había destituido al fiscal federal que llevaba ambas carpetas por no haber sido capaz de encontrar una acusación creíble con la que sentar en el banquillo a dos de los adversarios a los que más detesta. Esto solo fue posible después de que Trump diera un rapapolvo público a la fiscal general Pam Bondi y de que designara a una nueva letrada para los casos: Lindsey Halligan, asistente especial del presidente y exmiembro de su equipo legal personal. Halligan tiene nula experiencia como fiscal y gran parte de su carrera la ha pasado como abogada de seguros. Aun así, en cuestión de días ya se ha visto cómo Bondi ha logrado entregar en bandeja de plata las cabezas de Comey y James al presidente.

Habrá que ver cómo se resolverá el caso en los tribunales, ya que las exigencias públicas de Trump para imputar tanto a James como a Comey ponen en duda la credibilidad de los cargos. En cualquier caso, el atrevimiento de Trump al meter mano tan descaradamente en el Departamento de Justicia muestra hasta qué punto está dispuesto a llegar en su sed de venganza.

Trump, que durante los cuatro casos penales que tenía abiertos acusó a la Administración Biden y a los demócratas de instrumentalizar la Justicia contra él, ahora está haciendo lo mismo. “Me acusaron cinco veces, resultó ser un acuerdo fraudulento, y tenemos que actuar con rapidez, de una forma u otra”, declaraba Trump a los periodistas cuando le preguntaron por sus declaraciones contra Comey y James. “Si no son culpables, no hay problema. Si son culpables, o si deberían ser acusados, deberían ser acusados”.

Otras personas que ya notan el aliento de Trump en la nuca son su exasesor John Bolton y el senador demócrata de California Adam B. Schiff. A finales de verano, Bolton fue sorprendido en su casa de Bethesda, a las afueras de Washington, por una redada del FBI. El exasesor de seguridad nacional que sirvió a Trump durante su primer mandato ha visto como la Administración actual ha rescatado un caso cerrado en 2020 por supuestamente haber filtrado información sensible y clasificada a la prensa.

El magnate, que lo destituyó por las acaloradas discusiones sobre política exterior, le guarda rencor a Bolton, quien desde que dejó la Casa Blanca ha criticado muy duramente al republicano.

Por su parte, Schiff también está siendo investigado por unos cargos similares a los de James: lo ha acusado de fraude hipotecario. Trump no olvida que el senador californiano fue uno de los primeros congresistas que en 2019 ayudó a sacar adelante el primer impeachment contra él.