El evangelio de este domingo (Lc 17,11-19) nos relata que, yendo Jesús en camino hacia Jerusalén, diez leprosos fueron a su encuentro y, de lejos, le gritaban: «Jesús, maestro, ten compasión de nosotros!». Lo hacían de lejos porque, en época de Jesús, los leprosos estaban impedidos de acercarse a las personas. Por un lado, para no contagiarlas, pero también porque la lepra era considerada una enfermedad impura y los impuros estaban excluidos de la vida religiosa de la comunidad, de modo que la única manera de volver a participar en ella era que un sacerdote acreditase que habían quedado curados. No deja de llamar la atención que, en esta ocasión, Jesús no los tocó ni hizo una oración sobre ellos. Sólo les mandó presentarse ante los sacerdotes. Y resulta que, cuando iban de camino, quedaron

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