Durante siglos, la imagen de los incas se ha rodeado de un aura casi mítica. En pueblos y relatos del mundo andino aún se habla de guerreros enormes, de casi dos metros, capaces de dominar las alturas con solo su presencia. Algunos aseguran que Atahualpa , el último emperador, alcanzaba esa talla extraordinaria. Las crónicas coloniales lo describieron con una imponencia que rayaba en lo sobrehumano, y con el paso del tiempo su figura creció hasta confundirse con la de un gigante. Pero la historia y la ciencia cuentan algo distinto: tras los mitos y las exageraciones, los investigadores han intentado reconstruir la verdadera estatura de Atahualpa y entender por qué, entre montañas y leyendas, los Andes imaginaron gigantes donde hubo hombres de carne y hueso.

Para empezar, la evidencia

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