En la obra vasta e intrincada de László Krasznahorkai (1954) pulsa una herencia que se remonta en primer lugar al absurdo radical de Franz Kafka —la K que puso inequívocamente en el mapa a la literatura centroeuropea—, al dédalo burocrático, al destino privado siempre bajo asedio público, al gesto inevitable de lo grotesco, pero también al infatigable monólogo interior que expone una individualidad en pos del grito que fracture el silencio impuesto por la historia y la política. Esta herencia no es un simple accesorio sino la materia con que el escritor oriundo de Gyula en el sureste de Hungría moldea su visión cada vez más asfixiante, cada vez más desalentada, cada vez más necesaria en un mundo que tropieza con su propia sombra. En ese espacio distópico y oscuro, apocalíptico pero
László Krasznahorkai: lirismo de ruina

83