Cientos de miles de personas en Tel Aviv y en Gaza salieron a celebrar la esperanza del alto el fuego. No deseaban más muerte, más sangre ni más crueldad en una tierra donde la masacre se ha hecho carne.
Cánticos, gritos, llantos, lágrimas y abrazos simbolizaban la alegría de dos pueblos que deseaban el fin de la barbarie a la que les somete los intereses políticos de diversa índole.
El pueblo de Israel anhelaba la vuelta de sus rehenes víctimas de la crueldad de un grupo terrorista que nos heló el corazón hace dos años, y que no solo secuestraba a sus rehenes, sino también a su pueblo.
El grupo terrorista que reconoció alimentar Netanyahu, cuando consideró que era la mejor manera de debilitar al pueblo palestino y a sus instituciones. «Basta de muerte», era el grito en las pancartas de