En 1876, en lo más tupido del monte, el ingeniero cubano Francisco Javier Cisneros estuvo a punto de morir. Una fiebre repentina lo tumbó cuando apenas comenzaba a dirigir la obra que debía cambiar para siempre el destino de Antioquia: el Ferrocarril. Dos años antes había firmado el contrato para construir la vía, pero ahora, postrado y sin cuadrillas a su cargo, veía cómo el proyecto quedaba paralizado por una nueva guerra civil que obligó a despedir a todos los trabajadores.
El plan inicial hablaba de 190 kilómetros de rieles entre el valle de Aburrá y el río Magdalena, calculados para ocho años y medio de trabajo. En la práctica, serían más de cinco décadas de tropiezos, bancarrotas y hazañas de ingeniería. Solo en 1929, tras medio siglo de espera, Medellín logró una salida ininterru