Querido hijo que tal vez no exista,
Acabo de conocer a tu madre. Y sé que la amarías. No porque sea perfecta, sino porque tiene esa manera tranquila de ver el mundo que hace que incluso los días malos parezcan un poco menos duros. Su risa llega sin permiso y su mirada parece saber cosas que uno todavía no entiende. Si tú existieras, te enamorarías de ella desde el primer día.
A veces me descubro imaginando cómo sería verte crecer. Te veo aprendiendo a caminar tambaleándote por la casa, cayéndote y levantándote con esa valentía natural que tienen los niños. Te imagino haciendo preguntas imposibles en el desayuno, dibujando universos con crayones, riéndote con la boca llena de dientes chuecos. Te escucho decir mis frases sin entenderlas del todo, repitiendo mis gestos, copiando mis defecto