Mucho antes de que desembarcara en la Península Ibérica el KFC del coronel Sanders con su receta secreta del pollo frito, había un circo en el que se podía presenciar la muerte real de unos gallos. Se tendía una cuerda entre las lanzas de dos carros inclinados, bien recogidos sus tentemozos, y se colgaban de ella, por las patas, los animales vivos. A continuación, con el público alrededor, amontonado en dos gradas levantadas al efecto, paralelas a los carros, se colocaban los jinetes en disposición perpendicular. Estos, a una orden de silbato del payaso mayor, salían a galope tendido en dirección a la cuerda con la intención de, al pasar por debajo, arrancarles de un tirón de la mano la cabeza a estos desgraciados condenados a muerte por capricho. Cada vez que agarraban una la mostraban en

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