Cuando Elisabeth desapareció a los dieciocho años, sus amigos y familiares creyeron que se había unido a una secta. No era la primera vez que se fugaba: desde los once años había sido abusada sexualmente por su padre, Josef Fritzl, y había intentado huir muchas veces de su lado. Aunque esta vez, en agosto de 1984 no se iría muy lejos: su padre le pidió ayuda para instalar una puerta en el sótano y la encerró en la que sería su cárcel durante los siguientes 24 años.

Allí nacieron sus siete hijos, fruto de las continuas violaciones de su padre. Y allí viviría, o más bien, sobreviviría, rodeada de ratas, oscuridad y malos tratos. Tres de sus hijos permanecieron con ella en el sótano de los horrores, y tres más vivían junto a Josef y su esposa en la casa. El séptimo murió con tres días de eda

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