Bogotá aprendió a leer la hora con apellido suizo. A finales del siglo XIX, cuando por la capital transitaban los cachacos de abrigo de paño negro y sombrero de fieltro, un relojero de Neuchâtel desembarcó en Colombia con más arte que fortuna: Gustave Glauser Rubin. Traía en su equipaje engranajes, aceites. lupa, y la certeza de que había hecho la mejor elección entre Australia y Sudamérica para alejarse del servicio militar en Suiza, y que este país andino iba a necesitar relojes para marcar su modernidad.
Llegó a Medellín a casa de un paisano, pero ni el café ni negocios como el caucho llamaron su atención, y buscando otros destinos en el interior del país llegó al Huila donde conoció a su esposa, Dolores Yanguas Salazar, con quien se trasladó a Bogotá. En 1914 abrió la joyería con su a