ECP*
Veracruz vuelve a ser noticia no por su riqueza, sino por la perversión de esa riqueza. En los márgenes del sistema, entre los pantanos de Coatzacoalcos y los ductos que atraviesan el sotavento, floreció una refinería clandestina con capacidad industrial. No fue un tambor oxidado ni una toma improvisada: era un complejo con tanques, separadores de agua y crudo, sistemas de destilación y redes de transporte. Un espejo negro de lo que debería ser la industria nacional. Mientras el país invierte miles de millones en modernizar Dos Bocas y rescatar la soberanía energética, un Estado dentro del Estado —el del crimen organizado— sigue produciendo su propio combustible.
¿Cómo es posible? Porque el huachicol ya no es sólo robo de ductos; es un modelo económico paralelo, un tejido que mezcla