Hace apenas unos días advertimos en este mismo espacio que Veracruz estaba sentado sobre una bomba de agua mal administrada. Hoy, la realidad ha confirmado la advertencia: el estado vuelve a anegarse. Ríos desbordados, calles convertidas en torrentes, miles de familias que lo han perdido todo. Los nombres cambian —Priscilla, Raymond, Chris— pero la tragedia es la misma: un territorio rico en agua que no ha aprendido a vivir con ella.

Las lluvias torrenciales de esta semana dejaron 15 muertos confirmados, comunidades enteras incomunicadas y decenas de miles de viviendas dañadas. Las escenas se repiten: lodo, techos sumergidos, puentes colapsados, promesas de reconstrucción. Y, tras cada temporal, el mismo silencio estratégico: ¿por qué Veracruz sigue sin un sistema integral para aprovechar

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