En 1970, cuando los Correa Feo nos fuimos a Madrid por el año sabático de mi papá, nos llegó la visita de mis queridos tíos Martínez Correa con una propuesta que hizo latir mi corazón con fuerza. Me invitaban a París para celebrar los dieciocho años de “Macaro”, mi prima amada y madrina de confirmación. Mi emoción era tan grande que ya me sentía en la Torre Eiffel, hasta que una observación bienintencionada de mi tía sobre los lujos que mis padres, profesores universitarios, no podían permitirse, tocó una fibra sensible de mi orgullo adolescente. Herida, decliné la invitación con un desplante: “tía, prefiero quedarme en Madrid con mis ’pobres’ padres”. Ella horrorizada con mi respuesta, me dijo: “si te quedas, no vas a conocer París, no pierdas esta oportunidad”. Y tuvo razón, no fuimos a
El peso de las oportunidades perdidas

59