El Radar

Por Jesús Aguilar

En los últimos años hemos asistido a una corrosión silenciosa pero acelerada del debate público: no es sólo la proliferación de noticias falsas, sino la industrialización de la mentira.

Sitios, redes y cuentas —algunas creadas por despachos de comunicación, otras toleradas o financiadas desde oficinas gubernamentales, partidos o personajes de alto impacto— producen narrativas sin nombre ni apellido, sin el rigor mínimo del periodismo, y las lanzan hacia millones de usuarios como cohetes que revientan debates, destruyen reputaciones y erosionan la confianza ciudadana.

El problema no es un “error” técnico: es una estrategia comunicacional que explota algoritmos, anonimato y ausencia de reglas para amplificar agravios y consolidar climas de odio o descrédito.

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