A la entrada de Sesquilé, en una ladera que mira de frente al embalse de Tominé, se levanta una estructura que parece sobrevivir solo por inercia. Lo que alguna vez fue un refugio infantil para niños huérfanos de la violencia, hoy es una ruina silenciosa. Las paredes, ennegrecidas por el tiempo, apenas sostienen el recuerdo de lo que fue una de las obras más queridas del arquitecto Fernando Martínez Sanabria.

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Martínez, uno de los nombres grandes de la arquitectura moderna en Colombia, diseñó este complejo en los años sesenta con un propósito simple y noble: dar hogar y educación a los niños desplazados por la guerra. En su momento fue un internado modelo, un lugar pensado no solo par

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