El video de Salud Hernández expone una realidad estremecedora: lo grotesco de Uriel —representante de la violencia armada que se celebra como espectáculo, casi con impunidad— se manifiesta con claridad a través de imágenes, discursos y actitudes que revelan no solo la presencia del conflicto, sino su normalización. Lo más grave no es únicamente la violencia explícita —disparos, amenazas, exhibiciones de poder—, sino la complacencia, la pasividad de las autoridades municipales y departamentales que parecen observar, sin actuar, cómo estos hechos se reproducen en espacios públicos.

Ese silencio institucional —ausencia de pronunciamientos firmes, demoras en investigaciones, falta de protección a víctimas y testigos— se convierte en complicidad tácita. Si las autoridades no intervienen, si

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