Antes de abordar el vuelo, los rostros de los peloteros de Toronto tenían el tono de quien carga una despedida. Dos derrotas en casa y una serie que parecía perdida . Pero apenas tocaron Seattle, la piel del equipo cambió. Como si hubieran dejado sus problemas en la frontera, los Blue Jays recordaron que el beisbol aún concede milagros a los que se atreven.
El ambiente en el T-Mobile Park fue un rugido que prometía devorar a cualquiera. Max Scherzer no se inmutó. A los 41 año s lanzó como si estuviera firmando un pacto con el tiempo. Cinco entradas y dos tercios bastaron para domar el ímpetu de Mariners y silenciar a una afición que había comenzado la noche como un volcán. Permitió tres hits, dos carreras, cuatro bases por bola y ponchó a cinco. Fue su sexta aparición de poste

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