Entré a la ciudad caminando por el Puente de la Libertad una mañana de martes, sorteando un laberinto de callejuelas, plazas y puentes sobre el agua. Me resultó un poco confuso orientarme al principio, pues no había caminos sino canales. Sin embargo, después de preguntar a varias personas que me fueron indicando por las calles, encontré la dirección de mi alojamiento, que había reservado en una pequeña y agradable estancia en el distrito de Dorsoduro 30004-b, en el mismo corazón de Campo Santa Margherita, una plaza rodeada de restaurantes y cafeterías. Recuerdo aquel lugar tranquilo en Venecia porque, estando cubierta de agua en aquel espacio interior, transcurría la vida cotidiana. Por la mañana cuando llegué, compré algo de fruta en uno de los tenderetes que allí se montaban y me senté e
Venecia

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