Ya me dirán si esto les suena: alguien mete la pata, pero en vez de admitirlo, se pone a enumerar las veces que el otro hizo lo mismo. Olvida los errores —y los delitos— cometidos en su propio partido y repite los del adversario, como si el pasado ajeno pudiera tapar el ruido del presente. Es la versión moderna del “mal de muchos, consuelo de votantes”. Aquí nadie limpia su mancha: solo busca una más grande para cubrirla.

Hace unos días lo escuchamos de nuevo. El presidente, tan dado a convertir los hechos en eslóganes, aseguró que el dinero de los suyos era legal y el del adversario, negro. Lo dijo con esa seguridad de quien confunde la palabra con la verdad. Pero la honradez no se declama, se demuestra. Y la ética no se mide por contraste: tener la camisa menos sucia no la vuelve blanca

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