Veinte días después del estallido del escándalo de las mamografías, Andalucía sigue sin saber cuántas mujeres han sido afectadas, cuál ha sido el origen del fallo, ni si el desastre alcanza también a otros programas de detección precoz del cáncer como el de colon o el de cérvix. Veinte días de silencio, confusión, propaganda y miedo, mucho miedo. Pero, sobre todo, veinte días en los que el Gobierno de Moreno Bonilla ha hecho lo que mejor sabe hacer: intentar tapar con marketing político el fracaso estructural de su gestión sanitaria. Porque esta crisis no es un accidente. Es la consecuencia directa de ocho años de un proyecto que ha desmantelado la sanidad pública andaluza mientras la envolvía en celofán propagandístico. Cuando el propio presidente admite que “no hemos sido capaces de reco

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