Pese a no conocer el idioma en el que a él me dirijo, sus ojos urgen con una profundidad que emana de su azul intenso. Se atisba en ellos un mar de inmensidad donde flotan y lloran los conflictos del mundo: Sudán, Somalia, Rusia , Ucrania, Yemen, Israel, Palestina, Tailandia, India, Pakistán, Irán, y la tierra que le vio partir: Siria. De un lugar muy cercano a Damasco, a la que llaman ciudad del jazmín, una de las urbes habitadas más antiguas del mundo. Una inmensidad azul turquesa de la que emana un ansia de recuperación. El niño, mirando al encerado mientras escribo, abre los ojos con tal desproporción, que se palpa el anhelo de resucitar bajo una sonrisa de dignidad que se resiste a someterse al dictado de otros. Los que decidieron echarle de su casa con sus torpedos. Derruir su hogar

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