En las tertulias en las que participan intelectuales, artistas y escritores octogenarios, la forma de abandonar este mundo con cierta dignidad se está imponiendo como materia de especulación estética
En los últimos años de mi paso por el Café Gijón solía acudir regularmente a la tertulia el doctor Caldas, un médico gerontólogo, sabio y fantasioso, muy barojiano, que al final de su larga vida quiso dejarme como recuerdo una receta para suicidarme, un regalo que compartí con algunos amigos de la peña. Jugábamos a ese juego. En las tertulias en las que participan intelectuales, artistas y escritores octogenarios, la forma de abandonar este mundo con cierta dignidad se está imponiendo como materia de especulación estética. En general se suele tomar el suicidio como un tema de humor negro.