Un libro, cuando es bueno, contiene una buena historia y es, a la vez, capaz de desgranar otras a lo largo de sus páginas. El objetivo está conseguidísimo en Adolfo, por el camino púrpura (Sílex, 2024), biografía del músico Adolfo Rodríguez, conocido sobre todo por militar en dos grupos míticos: Los Íberos y Cánovas, Rodrigo, Adolfo y Guzmán. La periodista y escritora Concha Moya ha empastado su peripecia vital, que es fuente de asombro constante para el lector, con las distintas épocas transitadas en el libro. Elaborar una historia de los pioneros de la música pop en España que trasciende el nombre propio que la posibilita.
La vida de la familia de Adolfo es la de muchos otros vencidos de la guerra, solo que la de la mayoría de ellos no ha pasado por imprenta. Su padre, también llamado Adolfo, luchó junto a sus hermanos en el bando perdedor. Eran anarcosindicalistas. De la familia de su madre, Rosa, heredó el cantante su vena artística. Regentaban una taberna de ambiente taurino en Colmenar Viejo y, a menudo, cantaba para entretener a la concurrencia, hasta el punto que en una ocasión La Argentinita quiso llevársela de gira.
Adolfo padre y su hermano Ignacio recalaron con sus familias en la ventillera calle de San Aquilino durante la posguerra. No venían de muy lejos, llegaron realojados de la calle Orense, zona poco urbanizada en la época donde el régimen construiría el barrio de los vencedores, en las cercanías de los nuevos Ministerios y la Castellana. Allí se desarrolló el resto de su vida, guardando las historias de la guerra para el interior de la casa y callando de puertas afuera. Hasta poco antes de morir, en los años setenta, Adolfo padre, que durmió preventivamente no pocas vísperas del primero de mayo en comisaría, recibía visitas de la policía. Su madre y su tía, por su parte, fueron torturadas al terminar la contienda para que los hombres de la familia no salieran del país.
Adolfo recuerda con admiración al padre Murga, un jesuita omnipresente en los relatos de La Ventilla durante aquellos años. El religioso recaló en 1945 en el extrarradio norte de Madrid, donde la congregación de San Ignacio siempre ha tenido una gran influencia. Desde la Parroquia de San Francisco Javier y su escuela se convirtió en un elemento central en la lucha contra el hambre en la barriada, pero también fue determinante para que el niño se iniciara en la música a través de la escolanía del colegio.
La vida del artista en aquel ambiente de clase trabajadora, durante los peores años de la posguerra y la represión, será importante en su formación, según refleja la biografía publicada por Silex. Jugar en los descampados cercanos a una entonces desolada Plaza de Castilla, poner un improvisado andamio para ver partes de los partidos en el Bernabéu o ir a comer a los tajos donde su padre trabajaba como albañil te sitúa en un lugar del mundo
Con la adolescencia llegó a la vida del joven la obligación de trabajar y, con ella, una mayor apertura de horizontes. Conoció a unos chavales que frecuentaban la zona de Francisco Silvela y se enroló en una de las pandillas que, para horror del régimen, proliferaron en las barriadas de Madrid en los primeros sesenta. El detonante de la moda había sido el estreno en 1961 de West Side Story . La aventura identitaria y territorial se mezcló de inmediato con la incipiente música rock y los pequeños clubes. La suya era la de El Parral, una barriada de casas bajas en La Guindalera cuyo híbrido entre lo rural y lo urbano, lo liminal, le debió resultar familiar.
En los contornos de la pandilla se movían algunos grupos, como Los Diablos Negros y el veneno de la música entraba en la juventud a través de los guateques. Fueron también los años de comprar la primera guitarra a plazos -a los grupos de niños bien y universitarios les llegaban por vía paterna- y empezar a montar su propia banda, Los Boeing. Después de rodar por Madrid, cogieron el petate y marcharon a Torrevieja, que fue Ibiza antes de Ibiza. Punto neurálgico del aperturismo propugnado por Fraga Iribarne para hacer presentable el franquismo al mundo, la entonces barriada malagueña se llenó de personajes del norte de Europa y fue parada de músicos internacionales, desde Brian Jones (Rolling Stones) hasta John Lennon. Aunque no nos extenderemos en ello aquí, la descripción de aquel espacio de libertad ocupa algunas de las páginas más interesantes de la biografía firmada por Concha Moya.
En la costa Adolfo se volvió a topar con su biografía de perdedor de la guerra. Allí conoció a Enrique Lozano, ocho años mayor que él, con quien ingresará en Los Íberos, grupo del que Adolfo fue la voz más reconocible. Lozano también era de una familia represaliada: su padre había tenido que exiliarse a Francia nada más nacer él. En 1967 Los Íberos decidieron ir a Madrid, centro de la industria discográfica, aunque en su cabeza estaba viajar a Londres, donde Lozano había trabajado antes con su orquesta. Adolfo regresó con su novia Marie–Anne, una sueca espectacular y más mayor que él, que no pasó desapercibida en La Ventilla. Para esquivar el escándalo, sus padres le convencieron de que propagara por el vecindario que habían pasado por la vicaría, algo que sucedería bastantes años después,a las puertas de la paternidad. Aún hay quien recuerda, según se explica en el libro, alguna actuación de Los Íberos en un local del barrio llamado La Gran Terraza.
La carrera de Los Íberos estuvo marcada por el servicio militar de sus miembros y el accidente de coche que tuvieron ese mismo año, en el que Enrique Lozano quedó gravemente herido. El choque le ocasionó secuelas físicas y psicológicas que lo acabarían apartando de la formación. Esto no impidió que desarrollaran una importante carrera musical, que, sin embargo, se quedó casi siempre “a punto de”. Aunque no quedan grabaciones en los archivos de RTVE, se hicieron conocidos por actuar todas las semanas en el programa musical Escala en Hi-Fi durante seis meses. La cosa parecía ir bien y su sueño estaba al alcance de la mano: tenían club de fans y ¡consiguieron ir a grabar a Londres! El disco homónimo de Los Íberos, fruto de la reunión de los diferentes singles que la compañía fue dosificando durante los años de actividad del grupo, es hoy una joya del pop elaborado muy valorada por la crítica.
La banda tenía un modelo de funcionamiento cooperativo y contaba con un fondo común del que cobraban los miembros ausentes por enfermedad o estar haciendo el servicio militar. Era un proyecto tan querido para Adolfo que rechazó ofertas importantes, como fichar por la mismísima Tamla Motown o ingresar en Solera, grupo seminal de lo que inmediatamente después sería, ya con él, Cánovas, Rodrigo, Adolfo y Guzmán.
La historia del grupo es tan especial que sus participaciones en películas -muy habituales para los grupos de pop de la época- no podían circunscribirse a la españolada. Aparecen junto con otros grupos en la ópera prima a lo Richard Lester de Iván Zulueta, Un, dos tres, al escondite inglés ; y protagonizan Topical Spanish , la única película filmada por el fotógrafo Ramón Massats, que coescribió el guión con el humorista de La Codorniz Chumi Chumez. En internet se pueden ver las imágenes en blanco y negro de este título. Entre ellas, llaman la atención las del poblado chabolista del Camp de la Bota, poco habituales en este tipo de películas.
En 1973 se terminaba por agotamiento la historia de Los Íberos e, inmediatamente después, se unen los destinos de Juan Robles Cánovas, Rodrigo García, Adolfo Rodríguez y José María Guzmán. Concebido como un supergrupo formado por componentes de otros conjuntos anteriores, CRAG (por las iniciales de sus componentes) grabó en 1974 el disco Señora azul . El trabajo llegó a figurar en el segundo lugar de los 200 mejores discos del pop español de la revista Efe eme (2003), superado solamente por el álbum homónimo del grupo Veneno. Ya se sabe que hay tantas listas como medios pero el prestigio del disco, que no tuvo un reconocimiento importante en su momento, no ha hecho más que crecer con los años hasta convertirse, desde hace ya mucho, en un clásico reconocido por todos.
Sin embargo, el grupo se separó pronto por desavenencias internas y no llegó a defenderlo en directo. Los CRAG se reunirían diez años después y lo han hecho con distintas formaciones a lo largo de los años, pero su obra se antoja un aperitivo de lo que el talento de aquellos cuatro músicos podían haber llegado a legarnos. El propio Adolfo ha dicho en varias presentaciones que “Los Íberos fue un grupo que no pudo ser y CRAG uno que no quiso ser”.
Pero el Adolfo que dibuja Por el camino púrpura es un trabajador incansable y un culo inquieto. La siguiente parada en su biografía es también un hito en la historia de nuestra cultura. En septiembre de 1974 se estrenó en la discoteca Cerebro (situada en la plaza de los Cubos) la versión española de Rocky Horror Picture Show . El motivo de hacerla en una discoteca en vez de en un teatro fue el miedo a la censura franquista. La premisa de la obra, que fue un éxito y dio mucho que hablar, habla por sí misma: unos extraterrestres transexuales –provenientes de la galaxia Transilvania– siguen a un líder llamado Frankburguesa, empeñado en crear la belleza perfecta. Poco después del periplo underground de la obra en el moderno Londres de los setenta, tomó en España la forma de un jovencísimo Pedro Mari Sánchez.
Pero el recrudecimiento de la represión franquista en sus estertores agobiaba a Adolfo, y esto unido al embarazo de su pareja les hizo tomar la decisión de mudarse a su Suecia natal, donde podían contar con el apoyo de su familia y, sobre todo, el soporte del entonces fortísimo estado del bienestar nórdico, que proveía de notables ayudas para la crianza. Como sucedía con el apartado dedicado a Torremolinos, no nos extenderemos en glosar la década que, fuera de los focos, pasó Adolfo allí, pero también figura entre lo más interesante del volumen.
Hasta que llegó Rodrigo. Su compañero en CRAG se presentó un buen día en Suecia para convencerlo de retomar la aventura musical en Madrid. Para entonces, Señora azul ya había sido objeto de reivindicación en la prensa especializada, lo que le animó a aceptar la oferta. Grabaron un par de discos pero de nuevo la aventura resultó efímera.
La biografía musical de Adolfo no se acaba nunca (y en ello sigue a sus 77 años). Distintos grupos, reuniones con sus queridos compañeros, créditos en discos de artistas notables (a menudo en tándem con José María Guzmán), giras de orquesta, participación en anuncios publicitarios… Todo ello, subrayando lo que siempre ha dicho ser: “un trabajador de la música”, una persona imbuida, en definitiva, de una ética del trabajo nacida de su clase social.
Y es que la clase vuelve con frecuencia a aflorar de entre los éxitos. Así sucedió a principios de los noventa, cuando la mala marcha del restaurante que había montado Adolfo con unos socios en Colmenar Viejo le hizo arruinarse, perder el piso donde vivía y volver, una vez más, a la casa de la señora Rosa en La Ventilla. El piso de San Aquilino ya no existe, fue objeto de realojo poco después dentro de la larguísima operación de construcción de la Avenida de Asturias y remodelación del barrio.
Adolfo, por el camino púrpura (2024) sigue siendo presentado en distintos puntos de España por la periodista Concha Moya, Adolfo Rodríguez y Luis Martín, guitarrista de Los Ronaldos, que fue quien presentó a biógrafa y biografiado. En internet se pueden ver algunas grabaciones con los pequeños conciertos y las charlas que entretejen las presentaciones. No cabe duda de que Adolfo se encuentra en plena forma. Defiende su legado, toca junto con Martín -uno de La Ventilla y otro de Usera- y recupera fragmentos de nuestra historia cultural, a veces olvidada después del borrón y cuenta nueva de la transición.